Te debemos la felicidad
Como dijo Fontanarrosa, "qué me importa lo que hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía". ¡Me hiciste tan feliz! Y a quien te hizo feliz se lo llora siempre, y se lo recuerda eternamente con alegría.
Por Marcela Tarrio
Qué bravo se puso el de arriba, sea quien sea según la creencia de cada uno. Qué confabulación nefasta llevó al Hacedor a decidir llevarse a su “tocayo” en el peor año del mundo. Y qué ironía, además, llevarse justo ahora al hombre que más alegrías le ha dado al mundo, hoy ya teñido de luto universal por un tal coronavirus.
No es justo. Este inolvidable y negro 2020, el mundo se ha detenido dos veces: la primera, con la maldita pandemia; la segunda, cuando se confirmó la muerte de Diego Maradona, o “el Diez”, o “Dios”, como lo apodamos todos allá lejos y hace tiempo.
No es justo que cuando ya creíamos que una vez más había ganado la batalla, cuando ya habíamos bajado la guardia, Diego se vaya así, tan rodeado de gente y tan solo, como todos sabemos que estaba... Hoy entendemos que él nos lo venía avisando..., y ahora, así, con un golpe seco, repentino e inesperado, tenemos que entender que Diego no era inmortal... Sí, se nos escapó la tortuga. Pero sobre todo se le escapó al maldito “entorno”, que no supo o no quiso ver la depresión que cualquier mortal supo leer en el astro.
Lloro al escribir, y eso que ya estoy curtida. Y lloro porque yo lo quería, y porque separé siempre al deportista del hombre -con quien tuve y tengo diferencias-. Lloro porque mi madre lloró de alegría con él en cada gambeta y cada gol. Lloro porque yo bailé de felicidad con cada pirueta en la cancha abrazada a mis tíos. Lloro porque con él me olvidé de cada pena y cada dolor con solo verlo correr a su gran y fiel amiga, la pelota. Lloro porque nadie como él me hizo disfrutar el fútbol. Lloro porque morí de risa con sus anécdotas, sus frases y sus caras. Lloro porque ese “barrilete cósmico” que le metió dos goles históricos a los ingleses post guerra de Malvinas, uno gambeteando a seis y el otro con la mano de Dios, es nuestro. Tan nuestro como cuando puteó a los que nos silbaban el himno en otra cancha.
No hay otra palabra más que “inconmensurable” para explicar lo que este argentino que ya es leyenda significa en el mundo: no se puede medir. Solo se siente viendo hoy, lo que sucede en cada rincón del planeta ante la noticia de su muerte. Yo estoy llorando, sí, pero no soy la única. Hoy, literalmente, llora el mundo. Ahora solo resta recordarlo con alegría. Al menos a mí, eso es lo que me sucede cuando recuerdo a alguien que me hizo tan feliz.
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